de esta enorme soledad que tengo,
que él tiene.
Todos los días recorre el mismo camino,
sólo posee el horizonte
que se abre ante sus ojos;
y el silencio de la noche callendo,
como un telón de fondo.
Recita el monólogo de su soledad,
a los caballos, a la hierba,
al eterno crepúsculo.
Regresa a la casa,
a la estrechez de un cuarto.
El instante en que el hombre en su carro de caballos pasó,
quedó reflejado,
y ahí estará, hasta el fin de los tiempos,
atravesando siempre la misma llanura,
preso en mi lente.
Liudmila Quincoses
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