Se les llamaba “banqueteros” a los fotógrafos ambulantes (de antiguas cámaras de cajón) que ofrecían servicios a los escasos turistas que exhibían su indumentaria típica en los alrededores del Capitolio de La Habana a principios del s. XX. Esta escena ocurrió allí en marzo de 2011.
La fotografía es el cuerpo resistente frente al tiempo,
y el fotógrafo es el guardián de la semilla, de la posibilidad, del potens.
José Lezama Lima
Oppiano Licario: Pss, Pss…
Leo y Carmen: Hola, nos haces una foto? Pero no de espaldas al capitolio.
Oppiano Licario: Ah, no.
Carmen y Leo: Tiene usted muy buena cámara.
Oppiano Licario: La única que se puede abrir aquí, en Cuba. Ésta.
Leo: Qué revelador usas?
Oppiano Licario: De los dos, de placa y de Kodak.
Leo: Pero el D 76 o qué?
Oppiano Licario: No, el D 76 es… yo estudié para rollos.
Leo: Ah, claro, es para rollos.
Oppiano Licario: Yo lo hago a mi forma, 3 de metol, 6 de hidro (¿?) y 5 de sulfito.
Leo: 5 de sulfito?
Oppiano Licario: No, 45. Y no de carbonato.
Leo: O sea, que lo haces tú, lo combinas tú?
Oppiano Licario: Lo hace un amigo, pero es auténtico. Lo que usamos normalmente es revelador de plata y fijador de placa.
Oppiano Licario:¿Qué les pongo en la foto, Habana Cuba o Con Amor, dime?
Leo y Carmen: ¡No, no queremos ponerle nada!
Oppiano Licario: Nada?
Leo y Carmen: Se veló no, un pelín arriba.
Oppiano Licario: Ná. Estoy contando… Cuántas fotos quieren?
Leo y Carmen: Una sola.
Oppiano Licario: Tranquilos…
Leo y Carmen: Bueno, queremos dos.
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