ESTAMBUL.TURQUÍA

Según el tiempo que haga, Estambul se convierte
a veces en óleo, otras en acuarela,
a veces en pastel, a veces en carboncillo.

Nazim Hikmet

Contra lo que pudiera parecer, la vida, como la luz, no es un continuo fluir, una corriente sin descanso que nos arrastra y va dejando atrás el tiempo gastado como una irremediable pérdida. La vida está hecha de momentos, y yo conseguí pararlos, refrenando así documentalmente el recuerdo.

Finalmente pude hacer realidad un viejo sueño: visitar Turquía, la antigua Constantinopla (hoy Estambul), cuna de civilizaciones y encrucijada histórica, nexo de unión entre Oriente y Occidente. Durante miles de años Turquía ha sido uno de los principales cruces de caminos del mundo: un lugar hacia donde las caravanas de camellos viajaban desde el este hacia la ciudad que ahora se conoce como Estambul, llevando especias o sedas para los mercaderes del Oeste.

Esta fascinante ciudad une dos continentes, dos mundos completamente distintos. El corazón de la ciudad es el estrecho del Bósforo, uno de los más ajetreados del mundo en lo que se refiere al tráfico marítimo, ya que en el se juntan las aguas del Mar Negro, el Mar de Mármara y el Cuerno de Oro. Estambul era el centro neurálgico del mundo griego y bizantino y durante la mayor parte del periodo bizantino la ciudad más grande de Europa.

Fue la antigua capital de tres imperios: Romano, Bizantino y Otomano; conserva con orgullo el legado histórico de todos ellos. La variedad es lo que encontré, lo más fascinante en Estambul: museos, bazares, mezquitas, iglesias, palacios… Durante el periodo otomano la ciudad franqueó un cambio cultural completo, pasó de ser una ciudad bizantina imperial y cristiana ortodoxa a otra otomana e islámica. El ejemplo más palpable es la Santa Sofía, que de iglesia cristiana la convirtieron en mezquita.

Santa Sofía fue el punto de partida nada más aterrizar en Estambul. Es el monumento más celebre de de la ciudad, una vez fue la basílica más grandiosa del mundo cristiano cuando aún no existía San Pedro en el Vaticano, ni la catedral de Sevilla. Se considera la obra más grande y sagrada de la época bizantina. Con razón Justiniano, cuando fue inaugurada exclamó: ¡Salomón, te he superado! Es toda una proeza técnica. Fue utilizada como iglesia 916 años, desde el 537 hasta la conquista de Estambul en 1453. Actualmente es museo.

Frente a Santa Sofía se encuentra otro lugar emblemático y sorprendente: La Mezquita Azul, es la más fastuosa de Estambul, la construyeron, se dice, para que rivalizara e incluso superara a Santa Sofía en grandeza y belleza. Es celebre por su graciosa cascada de cúpulas y medias cúpulas, pero sobre todo por los seis minaretes que resaltan su contorno y por sus proporciones grandiosas, es la única de Estambul que tiene seis minaretes. Una joya de la arquitectura. (s. XV). Antes era el punto de partida de los peregrinos a la Meca. Lo que le da su nombre son sus 20.000 azulejos azules que evocan el paraíso.
Uno de los recorridos más fascinante fue el que hice por el Bósforo, duró una hora y media en ferry, el medio de transporte más usado por los locales para dirigirse a los barrios que se encuentran en las márgenes del Bósforo. Como comentaba al principio, el Bósforo es un estrecho que une el mar de Mármara con el Mar Negro y por otro separa los dos continentes, Asia y Europa. Pude admirar tranquilamente la belleza del estrecho y sus monumentos más interesantes como los dos puentes intercontinentales, la Torre de Leandro, los Palacios de Veraneo, mezquitas imperiales, pero sobre todo las casas de madera otomanas que son el símbolo del Bósforo, estas se hallan a ambos lados del estrecho. Curioso sentirse entre dos continentes. Mirando hacia la orilla del Bósforo en un atardecer enseguida entendí por qué hace tantos siglos sus primeros pobladores decidieron construir aquí esta capital tan mágica. En un momento como ese, una llega a pensar que Estambul es unas de las ciudades más gloriosas del mundo.